infoinfusion 18 mayo, 2021 | Hace 5 años
Cerca de cien retratos compila el libro Célebres y anónimos, el más reciente testimonio documental de Rodrigo Moya (1932) con instantáneas de figuras como Manuel Álvarez Bravo, Diego Rivera, Óscar Chávez, Ernesto el Che Guevara, David Alfaro Siqueiros y Dolores del Río.

Pero también con un número significativo de personajes anónimos que incluyen obreros de los años 60, el vendedor de barbacoa, una madre otomí y jornaleros de la zafra.
Así, el trabajo de Moya, que forma parte de numerosas colecciones en México y Estados Unidos, es el testimonio de un profesional que pasa inadvertido frente a la mirada de personas adineradas y humildes, conocidas o anónimas.
Moya es el creador de una fotografía realista y humanista que lucha por un mundo nuevo y que, desde una posición invisible, observa al retratado para evitar que la imagen se maltrate o se contamine.
Considerado uno de los artistas visuales más importantes del siglo XX, Moya encontró en la cámara fotográfica no sólo la prolongación de su ojo, como diría Henri Cartier-
Bresson, sino de su ideología, de su conciencia y su manera de percibir la vida.
Célebres y anónimos, publicado por Vestalia Ediciones, “es un libro atípico y juguetón, un tanto renovador de las normas que a veces son muy rígidas en la edición”, afirma. “Así que me dio gusto ver las fotos así, con textos sobre páginas de color; es un libro innovador en cuanto a libro de fotografía”.
Y, al mismo tiempo, dice a Excélsior, “este volumen quiere hacer un rasero entre gente famosa y anónima”.
¿Considera que en cada foto queda una huella dactilar?, se le pregunta.
“Hay fotos a las que durante años no les hice caso y, de pronto, me doy cuenta que tienen posibilidades. Pero también está el aspecto de la memoria. Para mí la memoria ha sido un conflicto eterno, desde muy chamaco, no creas que es de ahora por tener tantos años.
“Es más, ahora me dicen que tengo muy buena memoria, pero lo que me lleva atrás son siempre las fotografías”, explica el creador visual, que ha publicado nueve libros dedicados a la fotografía.
Y agrega: “A partir de una foto puedo recordar exactamente quién me dio la orden, cómo llegó la foto y su publicación.
Y abunda: “La memoria es una máquina, un despertador y todas mis fotos, las que me interesan, sobre todo, son un detonador de la memoria porque echan a andar esa maquinaria prodigiosa y me recuerdan lo bueno, lo malo y a esos personajes con cariño o nostalgia, aunque no los haya conocido. Es un fenómeno interesante el del retrato documental”.
ROMPER LA BARRERA
Un aspecto que Moya evita en su trabajo es la conciencia de cámara.
“En general busco la mirada directa, la falta de pose y menos a los famosos, dejo que se desenvuelvan y sobre sus movimientos capto las fotografías.
“A veces es más difícil con la gente del pueblo, porque tienen conciencia de cámara y en cuanto sienten que está encima ya no son ellos y cambian el rostro, ya no son los mismos. Son cosas aparentemente muy imperceptibles, pero uno que ha puesto la mirada en el retrato, las siente”, explica.
Mientras que el personaje consagrado no, dice, “porque está acostumbrado a las cámaras y hasta podría ser más fácil fotografiarlo. Pero la gente del pueblo presenta otras aristas y cuando sabía que era identificado, pedía permiso y a veces hacía una plática.
“De pronto se rompía esa barrera de la cámara como un intruso y podía tomar fotos cómodamente. A mí me interesó mucho la foto de la gente del pueblo y tengo una gran colección sobre el tema”, comenta.
Para Moya siempre fue más interesante fotografiar a los personajes anónimos que a los famosos.
“Porque bien sabes que el famoso ha sido muy fotografiado y, aunque debes hacer algo distinto, siempre está posando, pero la gente de abajo enfrenta la cámara con sorpresa y, mientras más desciendes en la escala social, la cámara asusta más a la gente, la hace sentir más observada”.
“El chiste de la foto es romper esa barrera, tomarla antes de que tengas reservas y de que exista la conciencia de cámara, porque ésta es intimidante y uno debe tener cuidado con eso y pasar desapercibido”, expresa Moya, quien prepara el proyecto Gente de ciudad, en el que reunirá decenas de personajes de la urbe.
Un relato prodigioso
El volumen también incluye el pequeño relato Jerónimo, que recupera la historia de un pepenador que “dejó la ‘medecina’ de refresco con alcohol de farmacia”.
“Él me contó su vida y en ese relato describo (en 1965) cómo me acerqué a él y me intimidó el que no se intimidara cuando me acerqué con la cámara”, acepta.
Se llamaba Jerónimo y tenía una postura de príncipe, con las piernas cruzadas, una sobre la otra, fumando con gallardía, el sombrero tirado para atrás y con su bolsa de pepenador, detalla.
“Me llamó mucho la atención el personaje, así que me acerqué con respeto. Le dije: ‘Señor, ¿le puedo tomar una fotografía?’ Él me preguntó cuánto costaba mi cámara y le dije que me la habían regalado. Entonces me dijo que sí podía y me contó una historia que escribí”, relata Moya.
Sin embargo, reconoce que no en todas las sesiones hay un diálogo previo, aunque sí queda una memoria de cómo fue.
Por último, habla de su archivo: “No es muy grande, porque en mi época, en los años cincuenta y sesenta, el fotógrafo no tenía apego por los negativos. Yo por algunos sí, pero la mayoría no los recogía de la redacción y se quedaban por ahí, en el escritorio”.
Excélsior