infoinfusion 11 octubre, 2022 | Hace 2 años
Se acerca el Día de Muertos, una de las festividades más queridas de los mexicanos. Esta celebración es muy importante dentro de la cultura mexicana ya que mediante ofrendas, donde se colocan los objetos significativos de nuestros parientes que han fallecido, recordamos a nuestros seres queridos, quienes “nos visitan” durante algunos días.
Esta celebración proviene de las culturas prehispánicas que se asentaron en México, sin embargo, estos pueblos tenían una concepción distinta al espacio donde van a dar las personas que fallecen, y no era como lo imaginamos en la actualidad, que es el cielo o infierno, ideas provenientes de la doctrina católica.
Por eso vamos a contar sobre los diferentes lugares a los que iban a dar los muertos en el México prehispánico y las razones por las que iban a dar allá.
Antes de abordar los lugares de la muerte, hay que tener claro que los antiguos mexicanos (nahuas) concebían al ser humano de manera diferente:
En su interior habitaban tres entidades, el tonalli, ubicado en la cabeza; el teyolia, ubicado en el corazón; y el ihiyotl, que se encontraba en el hígado.
El tonalli que tiene varios significados, según Alfredo López Austin, puede representar el día, calor solar y el alma o espíritu. Para los nahuas, la personas iba dejando partes de su tonalli en los diferentes lugares donde iba y se desenvolvía. Cuando moría, el tonalli buscaba reintegrarse y mediante un ritual llamado quitonaltía, se colocaba una efigie donde se recolectaban los restos.
El teyolia era el que, tras la muerte, viajaba a diversos lugares mortuorios.
Hay que señalar que eran cuatro espacios a donde iban los muertos y dependían de la causa de su muerte:
Este espacio, mejor conocido como el inframundo, era gobernado por Mictlantecuhtli y Mictecacihuatl, el señor y señora de la muerte.
Las crónicas describen a este sitio como “un sitio de tormentos, hediondo, en el que se bebe podre, en el que son comidas las almas por bestias y sabandijas”, a este lugar iban quienes morían por enfermedad, muerte común, ya hubieran sido nobles o macehuales (personas comunes) acompañados del famoso xoloitzcuintle.
El “lugar de Tláloc” donde había un “verano constante”, ahí iban las personas que habían muerto con algo relacionado al agua, un rayo por la lluvia, ahogados, o quienes habían tenido lepra, sarna o gota.
También iban los niños que habían sido sacrificados en honor a Tláloc por haber nacido con doble remolino, o quienes habían sido elegidos por ese dios.
En este lugar gobernaba Tláloc y era un paraíso terrenal: “nunca faltan las mazorca de maíz, calabazas, y xitomates”, indican las crónicas recabadas por la investigadora Elizabeth Roldán Olmos.
Este lugar era destinado para quienes habían muerto en batalla, comerciantes o los cautivos de guerra quienes eran sacrificados en honor al sol. También iban las mujeres que fallecieron durante el parto, ya que se consideraba que había librado una batalla contra “la vida misma”.
Al pasar cuatro años, los guerreros muertos se convertían en aves y mariposas que libaban el néctar de las flores, mientras que otros buscaban instrumentos de hilar y tejer y las mujeres visitaban a sus maridos caídos en combate.
Según el Códice Vaticano A el Chichihualcuauhco o “El árbol de la leche” es donde van a dar los niños que mueren sin tener uso de razón o sin haber probado el maíz. Ese árbol estaba compuesto de frutos en forma de pechos que destilaban leche.
“Solamente los niños que mueren antes de comer maíz y que no han dejado de mamar pueden volver a vivir aquí en la tierra. A diferencia de los que mueren siendo hombres o ancianos, los niños lactantes retornan y vuelven a nacer de sus padres”, decía el historiador Miguel León-Portilla.