infoinfusion 26 junio, 2023 | Hace 2 años
Yayoi Kusama, una artista camaleónica, hizo su entrada en el mundo del arte contemporáneo a finales de los años 40. Nacida en 1929 en Matsumoto, Japón, su trayectoria comenzó bajo la sombra de un país traumatizado por las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki, eventos que presenció a la edad de 16 años.

Más tarde, en Estados Unidos, un país en plena efervescencia, Kusama se convirtió en una figura anfibia y singular en el mundo del arte, con una visión feroz y comprometida. Desde la primera línea de fuego, contribuyó a la creación de la nueva vanguardia, experimentando con el color y encontrando en el punto y el lunar una infinita posibilidad de darle un nuevo significado a cualquier cosa, desafiando las normas de la pintura.
Mientras Warhol comenzaba a destacar en la escena artística, Kusama desplegaba su atroz puesta en escena. Los años 60 fueron el terreno perfecto para sus fabulosos delirios: creó obras en papel, exploraciones orgánicas que rozaban la abstracción radical, artefactos y volúmenes. Mientras el expresionismo abstracto dejaba huella, el pop art y el minimalismo desafiaban todas las convenciones.
Kusama formó parte de la primera oleada del arte contracultural en Estados Unidos a fines de los años 60, no solo como una opción estética, sino también como una luchadora contra la discriminación racial y de género, una crítica a la guerra y al militarismo. Su presencia impactante en los happenings públicos atrajo la atención de artistas como Warhol y Oldenburg, quienes observaron atentamente sus movimientos y se beneficiaron de ellos.
Con una personalidad obsesiva y un compromiso político que la impulsó a realizar acciones resonantes, Kusama transformó de manera radical y paciente el panorama artístico de Nueva York. En el documental “Kusama: Infinito”, dirigido por Heather Lenz, ella revela: “Un día estaba mirando el estampado de flores rojas de un mantel. Y de repente, lo vi en el techo, en las ventanas, en toda la habitación. Hasta en mí misma. Me asusté, sentí que estaba comenzando a autodestruirme”.
En su obra, Kusama ha explorado el ensamblaje, la instalación, la escultura, el videoarte y la performance de diversas formas, con una pasión inigualable. El Museo Guggenheim de Bilbao ha dedicado una retrospectiva a esta artista, titulada “Yayoi Kusama. De 1945 hasta hoy”, comisariada por Doryun Chong, Mika Yoshitake y Lucía Agirre. Aunque Kusama vive y trabaja en el hospital de salud mental de Sewiade, en el distrito de Shinjuku, Tokio, desde 1977, ha decidido no viajar desde entonces.
A sus 94 años, sigue saliendo diariamente del hospital para trabajar en su taller. Después de un esplendoroso éxito en Nueva York, decidió alejarse del ruido y, a su manera, desaparecer. Durante las primeras dos décadas, se dedicó únicamente a pintar y escribir poemas, liberándose y liberando sus pulsiones.
Así continuó hasta los años 90, cuando alguien exclamó: “¡Yayoi Kusama está viva!”, y la lujosa marca Louis Vuitton le propuso colaborar en el diseño de productos y lucrarse con sus característicos lunares. Este negocio sigue siendo rentable hasta el día de hoy, ya que un bolso diseñado por la artista japonesa puede alcanzar los 7.000 euros.
En la pintura y sus derivados, Kusama encontró una epifanía que le permitió mitigar su neurosis y enfrentar sus demonios. Los problemas comenzaron en su infancia, y desde entonces, las visitas a psiquiatras se volvieron rutinarias. Creciendo en una familia difícil dedicada al negocio de las plantas, Kusama fue forjando su forma de estar en el mundo, rodeada de vida vegetal.
Tal como se aprecia en su obra “Sin título (Bocetos de flores, 1945)”, extraída de su cuaderno de dibujo en tiempos de guerra, la anatomía de las flores y su ciclo de vida y muerte se convirtieron en elementos fundamentales de la estética de Kusama. La obra de Yayoi Kusama se articula en torno a preguntas, inquietudes, asombros y extrañezas que han guiado sus exploraciones creativas.
Por esta razón, la exposición del Guggenheim Bilbao está dividida en secciones temáticas: Infinito, Acumulación, Conectividad radical, Lo biocósmico, Muerte y La fuerza de la vida. Tanto en su biografía como en su arte, se encuentra un poderoso instinto radical, peculiar porque surge de la introspección, de un largo silencio, de un paréntesis entre dos delirios.
La obra de Kusama se basa en la autoafirmación y lo autorreferencial, y la exposición en el Guggenheim Bilbao destaca su práctica relevante de autorretrato a lo largo de su carrera. Las piezas de Kusama tienen un efecto espectacular, resultando en una serie de objetos misteriosos que combinan lo ingenuo y lo erótico. Se pueden encontrar cultivos de penes de trapo, esculturas suaves que se arrastran sobre maniquíes o emergen del suelo, y esculturas tentaculares.
En el recorrido propuesto por el Guggenheim Bilbao, además de las piezas que abarcan todos los momentos de su existencia, se encuentran los últimos reflejos de la galaxia Kusama: las Infinity Rooms, una muestra de la serie “Mi alma eterna” compuesta por 900 pinturas, y ejemplos de una de sus últimas series titulada “Ruego todos los días por el amor”, así como la “Sala de espejos del infinito – Deseo de felicidad para los seres humanos desde más allá del universo”. Hace mucho tiempo que Kusama comprendió que fuera de la pintura, la pintura acontece de manera más extraordinaria.